Fui niña privilegiada y crecí con muchos juguetes, entre ellos una cantidad absurda de peluches, algunos heredados de mi mamá, la mayoría ganados en juegos en Las Vegas. En algún punto de mi infancia los conté y el número dio 150, aunque estoy segura que ahorita podrían ser más.
Tenía pesadillas recurrentes donde mi casa se incendiaba y perdía mis peluches, cualquier comentario sobre donarlos o regalarlos me hacía entrar en pánico. Toda mi vida soñé o esperé tener casa propia con un cuarto donde pudiera tenerlos todos a salvo de cualquier amenaza.
Pero mi sueño de escapar de Latinoamérica es más grande que mi deseo infantil de conservar mis peluches, aunque sí entretuve la idea de llevármelos poco a poco a Canadá o quizá hacer un roadtrip, la verdad es que estarlos moviendo en cada mudanza ha sido difícil, en casa de mis papás ya no hay espacio y en general ya no es sostenible mantenerlos. Seguro pueden hacer felices a más personas allá afuera.
Es hora de dejar ir.
Pero para honrarlos he decidido tomarle fotos a todos.