Cuando crecemos nos dicen que no debemos hacer el mal.
Pero nunca nos dicen que lastimar a los demás se siente bien.
Nunca nos advierten que va a haber una sensación de poder, de superioridad, de saber que lo que estás diciendo o haciendo está hiriendo a la otra persona, y aunque sepas que está mal y que te debes de detener, no lo puedes controlar, porque te gusta como se siente.
Tiempo después sientes una tremenda culpa.
Es como una droga, el mal.
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